Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1858-1860 (Cortes de 1858 a 1863)
Sesión: 31 de diciembre de 1858
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: n.º 24, 518 a 522
Tema: Cobro de contribuciones. Presupuestos de 1859

El Sr. SAGASTA: Señores, después de la tregua política que ha producido la interpelación del señor Ulloa, patrióticamente suscitada y defendida con la brillantez de costumbre por mi digno amigo e ilustrado compañero el Sr. Olozaga; después de la tregua política que nos ha separado de nuestras disensiones interiores para atender unidos al decoro y a la dignidad de la Nación española, que todos sin distinción e colores nos apresuramos a ser los primeros a sostener; después repito, de la proposición que acaba de votar el Congreso, que ha venido a demostrar que en medio de nuestras discordias intestinas, de nuestras diferencias políticas, hay un lazo sagrado que nos une a todos, que es el nombre español que todos llevamos con orgullo y sostenemos con nobleza, y que estamos siempre dispuestos a defender con igual valor; después, repito, de esta tregua política que incidentalmente aquí se ha suscitado, vamos a volver a las cuestiones interiores, y desgraciada es pare mí la posición en que en este momento me veo al tener que ocuparme de nuestras discordias interiores. Después de haberse tratado de una cuestión en que todos estamos conformes, viene otra en que hemos de discordar; en que mi modo de ver parecerá a unos muy bien, pero de seguro parecerá a otros muy mal. En medio del disgusto que tengo por esta circunstancia; en medio de la pena que experimento, tengo sin embargo una gran satisfacción, y es la de que cualquiera que sea el juicio que de lo que yo diga se formen amigos y adversarios, unos y otros harán justicia, estoy seguro, a la sinceridad de mis opiniones. Y al dirigir hoy por primera vez la palabra a este Congreso, Sres. Diputados, séame permitido empezar por hacer una explicación, que aunque indicada ya por mi amigo el Sr. Olozaga, no está seguramente demás en esta época de coaliciones, uniones y de confusión.

Yo, Sres. Diputados, he venido aquí como mis dignos compañeros los progresistas, pocos o muchos, los que seamos, a proclamar y defender lo que hemos proclamado y defendido siempre; lo que ha proclamado, y defendido siempre el partido progresista; lo que siempre proclamaron y defendieron los patriarcas de la libertad española; aquellos insignes varones, que abandonados los españoles por su Rey, ocupado el territorio de nuestra Península por las legiones que acababan de conquistar el universo entero derribando en unas partes los Tronos y destruyendo en otras la libertad, y al estampido del cañón enemigo se reunían en el único ángulo de la Península libre de la dominación extranjera, y proclamaban el gran principio de la libertad de los pueblos.

Nos encontramos pues donde nos encontrábamos; somos lo que éramos; nos llamamos por consiguiente como nos llamábamos; progresistas éramos, progresistas somos; progresistas ni más ni menos. (El señor Romero Ortiz: Puros.) Sí, Sr. Romero Ortiz (El señor Romero Ortiz pide la palabra para una alusión personal.) Sí, puros y muy puros, porque si la palabra puros significa lo que el país ha querido significar con ella, es decir, la nobleza de nuestra conducta política; si esta palabra significa la sinceridad con que profesamos nuestras opiniones, la lealtad con que las proclamamos, y sobre todo la firmeza con que las sostenemos, acepto la palabra, Sr. Romero Ortiz, para mí, y también para mis dignos compañeros, siquiera sea para distinguirnos de los que sin conciencia, sin fe ni convicciones no tienen principio político alguno determinado, pero están dispuestos a aceptar todos los que puedan contribuir a su medro personal o a saciar su ciega y desatentada ambición, y que con justo motivo pudieran y debieran llamarse impuros. Pero si esta palabra quiere significar una distinción entre los que profesan los principios progresistas; si quiere significar una fracción especial del partido progresista, no lo aceptamos, porque no lo necesitamos. Los que no han variado ni aún modificado sus doctrinas; los que no han variado ni modificado su conducta, que es legítima e inmediata consecuencia de aquellas, no necesitan ni variar ni modificar su nombre. Somos pues progresistas, y representamos aquí el partido progresista. Y bajo este punto de vista, Sres. Diputados, estamos dispuestos a combatir todo lo que sea contrario a nuestros principios, venga de donde viniere; estamos dispuestos a luchar contra los partidos que al desarrollo de nuestras doctrinas se opongan, cualquiera que estos partidos sean, siquiera sea ese tercer partido con que el general O' Donnell, pareciéndole pocos los que hay en España, nos quieren ahora regalar; siquiera sea ese engendro político que, al parecer, sin padre que lo adopte ni familia que lo reconozca, vive sin nombre, aunque es verdad que adoptando cuantos pueden complacer a aquellos a quienes tiene que dirigirse en petición de auxilio.

Pero aparte esto, que estaba muy lejos de mi ánimo manifestar, y que a ello me ha obligado la interrupción de mi particular amigo el Sr. Romero Ortiz, aparte esto, y entrando, siquiera sea por breves momentos, en la cuestión que constituye hoy el objeto de nuestras deliberaciones, dice la Comisión: (Leyó.)

Es decir, que se nos pide la autorización para poner en ejercicio unos presupuestos que nos son completamente desconocidos, que ni siquiera están impresos, y de los cuales solo sabemos que exceden en 20 millones próximamente al mayor de los presupuestos hasta ahora conocidos, en 300 millones a la última ley de presupuestos. Me dicen mis compañeros que excede en más de 300 millones: tanto mejor para mi argumentación.

Esta consideración debería bastar para que los Sres. Diputados calculen que al dar la autorización en esta forma, van a imponer al país un inmenso sacrificio. ¿Tan poca consideración merecen los intereses del país, y tan poco miramiento merecen la abatida agricultura, la apenas naciente industria y el ya recargado comercio, que vayamos a imponerles nuevo gravamen sobre los muchos que pesan sobre ellos, sin que se examinen las razones que para esto haya, sin que veamos si son justas, y si estos sacrificios son necesarios?

Pero hay más todavía: en los presupuestos, tales como vienen confeccionados, hay algunas disposiciones que afectan a varias leyes, para cuya modificación también autorizamos al Gobierno desde el momento en que le autorizamos para plantear los presupuestos, y le autorizamos sin que sepamos en el sentido en que esas leyes van a modificarse; porque los presupuestos no explican si los productos, si los resultado de aquellas disposiciones van a verificarse por aumento o por disminución en los elementos productores, y por consiguiente se nos pide una autorización para modificar unas leyes en un sentido que [518] no sabemos. Es decir, que realmente la autorización debería realizarse clara y brevemente de este modo, porque esto y no otra cosa es la autorización que está sometida a nuestra deliberación." Se autoriza al Gobierno para poner en ejercicio unos presupuestos que exceden en 20 millones al mayor de los conocidos hasta ahora, y en más de 300 a la última ley de presupuestos; y además se le autoriza también para modificar varias leyes en el sentido que tenga por conveniente.

Pues esto, señores, ni estas ni ningunas Cortes pueden hacerlo sin arrojar por la ventana la más importante de sus prerrogativas. ¿Y había necesidad de que el Gobierno pidiera una autorización en la forma en que lo ha hecho? ¿Qué inconveniente había en conceder la autorización en la forma que proponía mi amigo el Sr. González de la Vega en la enmienda que presentó y que el Congreso tuvo por conveniente desechar? Lejos de haber inconveniente en esto, había una ventaja inmediata, y era que a consecuencia del déficit que podría resultar, que no sería tan grande como nos dijo ayer el Sr. Ministro de Hacienda, el Gobierno y la Comisión de presupuestos hubieran apresurado los trabajos, los trajeran aquí, y quizá discutiríamos los presupuestos.

Pero autorizar al Gobierno en la forma que se nos viene pidiendo, dar la autorización, en los términos que la Comisión propone, es exponerse a que suceda este año lo que todos los años viene sucediendo, que es el que nosotros no discutiremos los presupuestos que abdicaremos una de las más importantes prerrogativas del Parlamento, quizá la más importante, y que habremos impuesto- al país a ciegas, sin conocimiento de ninguna especie, un gravamen que quizá no pueda soportar, o que si puede soportarlo quizá sea injusto por lo innecesario, o por lo mal distribuido.

Recuerden los Sres. Diputados que todos los años desde el 46, excepto los dos de la dominación progresista, todos ellos se nos han ofrecido dos cosas: primera, la discusión de los presupuestos; segunda, la nivelación de los gastos con los ingresos. Bajo estos dos ofrecimientos se han venido a pedir las autorizaciones; y ni los presupuestos se han discutido, ni se ha verificado la nivelación de los gastos con los ingresos por ningún Gobierno. Los mismos ofrecimientos se nos vienen haciendo ahora, de la misma manera, con las mismas apariencias. Pues bien: yo creo que dada esta autorización, tendrán aquellos el mismo cumplimiento que los anteriores; y entre tanto las contribuciones suben, los pueblos pagan, el país no tiene ni siquiera la satisfacción de saber la razón por que le imponemos estas cargas, y nosotros abdicamos la primera de nuestras prerrogativas, y no se demuestra al país la razón de lo que paga, y no se le demuestra que esto es lo que debe pagar, y no se le demuestra que esto es preciso para que haya paz, prosperidad y buena administración ¿Qué necesidad tenía pues el Gobierno de traer aquí esta autorización en la forma que la trae, cuando podía pasarse sin ella con la enmienda del Sr. González de la Vega, la única que conservaba la legalidad, porque traía los presupuestos únicos que conoce el país, los únicos que son leyes? ¿Por qué, pues, pide el Gobierno esta autorización en la forma que lo hace?

La pide, señores, porque no quiere tanto la autorización como un voto de confianza, y la cuestión viene concreta, determinada, a resolverse en una cuestión de confianza. ¿Tenía el Gobierno necesidad de venir ahora con una cuestión de confianza, ahora que no hace cuarenta y ocho horas acaba de ver la inmensa mayoría que en esta Asamblea tiene? Es que el Gobierno, sin duda, ufano con su mayoría, no puede pasarse sin la tentación de recrearse con ella, a semejanza del avaro que no puede pasarse sin recrearse a menudo con su oro; pero ya que tiene ese recreo, justo es que así como el avaro pasa por los apuros, por el tormento de que en su recreo lo sorprendan otros viendo lo que él solo quisiera ver, justo es que el Gobierno pase también por el tormento de oír la verdad y la razón; justo es que para ver si merece toda nuestra confianza, examinemos su pasado, pasemos revista a su presente, y deduzcamos su porvenir. Vamos, pues, nosotros a examinar los actos del Gobierno para ver si merece la confianza de las Cortes, y entonces darle la autorización, o para ver si no la merece, y entonces negársela.

Cuando menos lo esperábamos, señores, cuando el barómetro político indicaba seguramente lo contrario, es llamado el general O'Donnell a los consejos de la Corona, y encargado de formar un Gabinete. Pocos días hacia que el Gabinete se hallaba constituido, y aparece la circular a propósito de la rectificación de las listas electorales.

Yo recordaré aquí, señores, que una Comisión del partido progresista había hecho una petición al señor Ministro de la Gobernación, entonces compañero de otros compañeros, porque por lo visto S.S. sirve para ser compañero de todos los que quieran ser Ministros con S.S., y esa Comisión fue a solicitar del Gabinete anterior la rectificación de las listas antes que las elecciones pudiesen tener lugar; pero el partido progresista, respetuoso siempre, y ante todo a la ley, siquiera sea una ley hecha por sus contrarios y que no le favoreciese, esa Comisión del partido progresista pidió que la rectificación se hiciese dentro del plazo que la ley señala. En la primera circular aparece concedida esta petición; pero aún el Gobierno fue más allá que los progresistas, y no encontrando obstáculo ninguno, saltó por cima de la misma ley.

Y aquí viene, señores, la primera oscilación política del Gobierno; pero aunque yo pudiera ocuparme de otra porción de cosas, como de las contradanzas de empleados,, nombramientos de gobernadores, de alcaldes, etc., las pasaré por alto, contrayéndome solo a los actos más importantes del Gobierno: repito pues que la primera circular es la primera oscilación política, es el punto de partida de una nueva política en España, y digámoslo así, el punto de partida de la primera época política de este Gabinete. Pero en esta primera oscilación hace alto la política con motivo del viaje de S. M., y justo es acompañemos al Gobierno en este viaje, siquiera sea por poco tiempo, con tan más razón cuanto que según el Sr. Ministro de la Gobernación, la política del actual Gabinete empieza en las cercas de Madrid.

Hubo un Monarca, señores, que no había salido nunca de su palacio, porque graves dolencias atormentaban de continuo su existencia. Los cortesanos que le rodeaban, no tanto para levantar el abatido espíritu del Monarca, cuanto para congraciarse su voluntad, le hablaban de los grandes adelantos que sus Estados presentaban, de la grande felicidad que disfrutaban sus súbditos bajo su protector reinado. Mas llegó un día en que, más aliviado de sus males el Mo- [519] narca, quiso cerciorarse por sí mismo de tan decantados adelantos, y dispuso girar una visita a sus Estados. Los fementidos cortesanos entonces, no tanto por el temor de contristar el corazón de su Señor, cuanto por el que tenían a la ira del que tan justamente podría dejarla estallar al verse tan indignamente engañado, dispusieron que se hiciera colocar de intervalo en intervalo, a cierta distancia, y a uno y otro lado del camino por donde el Monarca había de atravesar estériles desiertos, grandes decoraciones que representaran hermosos pueblos y agradables y cultivadas campiñas.

Pues bien, señores: el Gobierno, en la expedición que S. M. ha hecho a algunas provincias, ha visto también grandes y muchas decoraciones. El clamoreo de las campanas y el estrépito de los fuegos artificiales ahogaban entre tanto la voz de la miseria, y los arcos de triunfo, y las colgaduras, y las iluminaciones, y el incienso en fin de la ovación envuelven en cáscara dulce las amarguras de la desgracia.

No es así, no, Sres. Diputados; no es con estrépito ni con preparativos como se conocen las necesidades de los pueblos. Las necesidades de los pueblos se conocen visitando la casa del agobiado agricultor, entrando en el abandonado taller del artista, y recorriendo los escabrosos caminos y las fragosidades del terreno por donde miles de infelices tienen que ir a buscar, con peligro de su vida, el pan que ha de aplacar el hambre de sus desgraciados hijos.

Digo esto, Sres. Diputados, porque si por nuestro origen popular, si por la misión de nuestro elevado cargo tenemos siempre el imprescindible deber de decir la verdad desnuda a quien generalmente no la oye; si siempre tenemos el imprescindible deber de manifestar las verdaderas necesidades del país a quien puede y debe remediarlas, ahora, señores, ese deber es más imperioso por el interés de las provincias que han tenido el honor de ser visitadas, y por el interés de todas las demás del Reino. Por interés de las primeras, porque mal apreciadas las necesidades, los medios que para remediarlas se emplearan serían ineficaces. Por interés de las segundas, porque no sería justo ni conveniente que apreciásemos sus verdaderas necesidades por las aparentes necesidades de las primeras.

Complétase otra vez el Gobierno, y a los pocos días aparece la segunda circular, la circular llamada de elecciones; en fin, la circular que ha venido a ser la antítesis de la primera; y aquí empieza la segunda oscilación del Gobierno. Primera circular: oscilación del Gobierno tendiendo al partido progresista; segunda circular, no ya tendiendo al partido moderado, sino introduciéndose dentro del partido moderado. Y antes de hacerme cargo de la segunda época política del Gobierno, y de comparar ésta con la primera, es de notar, señores, la conducta digna patriótica que ha seguido en ese intervalo de la primera a la segunda circular el partido progresista, al que algunos, para disculpar sin duda lo que disculpan no tiene, han llamado intransigente, impaciente. Compuesto el Gobierno de elementos completamente moderados, apenas podía caber en el partido progresista esperanzas ninguna de que llegaran en parte o en todo a realizarse sus doctrinas; sin embargo, el partido progresista no hace caso de eso; el partido progresista, olvidándose de eso, calla y espera, espera sus actos para juzgarle. A los pocos días aparece la primera circular de que antes he hecho mención, la circular de rectificación de listas electorales. El partido progresista, una vez sentado el principio de que las listas estaban falseadas, y eso el mismo Sr. Ministro de la Gobernación lo ha dicho, no nosotros; se nos promete rectificar esas falsedades, y hacer justicia, y el partido progresista, no solo calla y espera, sino que agradece y aplaude. ¡Tal es el estado a que hemos llegado, que hasta la justicia tenemos que agradecer!

Pasan pocos días, y llega el 14 de julio. ¡Triste fecha para Madrid! ¡Más triste quizá para Barcelona!¡Y más triste que para Madrid y Barcelona para las libertades de España! Y en ese día, que tantas lágrimas excitaba; en ese día que producía tanto llanto; en ese día, como en celebridad de tan triste aniversario; en ese día, el Gobierno de S. M. las grandes cruces con que debían premiarse los servicios prestados por los que eran Ministros en época tan aciaga, y el partido progresista calla.

El Sr. BAYARRI (D. Pedro): Pido la palabra para una alusión.

El Sr. SAGASTA: No he aludido al Sr. Bayarri, puesto que S.S. no ha silo agraciado con ninguna gran Cruz.

El Sr. BAYARRI (D. Pedro): Pero era individuo de aquel Gabinete, y he podido creerme aludido....

El Sr. SAGASTA: Usía no formaba parte del Gobierno en aquel día.

El Sr. PRESIDENTE: Orden, orden.

El Sr. SAGASTA: Amanece el día 15, y, rara casualidad, fatal coincidencia; y como en celebridad también de tan sangriento aniversario, se leía en el Diario el anuncio de la venta de los uniformes de la Milicia Nacional que se conservaban en el Gobierno político de la provincia de Madrid, uniformes que hasta los Gobiernos más reaccionarios habían respetado; y sigue callando el partido progresista. Y un día y otro día, y constantemente la prensa que se decía órgano del Ministerio, la prensa que se llamaba ministerial, un día y otro día y constantemente, evocaba recuerdos para excitar nuestras provocaciones, hería nuestro amor propio y rasgaba la venda con que estaban cubiertas nuestras heridas aún no cicatrizadas; y un día y otro día y constantemente el partido progresista sufría, callaba y esperaba. Ni el amor propio ofendido, ni los resentimientos excitados, nada, nada le sacó de su política expectante, nada le sacó de su prudente reserva. Tenía esperanza, y ante los resentimientos principios; ante el amor propio ofendido veía sus doctrinas, y ante la personalidad veía su bandera.

Pero llega la segunda circular, y en la segunda circular se desplega al aire la bandera del partido contrario; se desplega al aire una bandera en otro tiempo en odio a los principios progresistas levantada y lo que no habían podido conseguir las provocaciones, los resentimientos excitados, el amor propio ofendido, lo consigue la bandera enemiga al aire desplegada, ante la cual desplega la suya, rompe el silencio, llama a la guerra, y lucha con lealtad, con nobleza, con entusiasmo, y siempre con desinterés. ¿Se puede dar más desinterés en esta conducta? ¿Habrá mayor abnegación, mayor patriotismo? El que no reconozca desinterés, patriotismo y abnegación en la conducta del partido progresista, no sabe lo que es [520] abnegación, no sabe lo que es patriotismo, no ha sentido jamás latir el corazón en su pecho al nombre de la libertad de su Patria. ¿Se desea más del partido progresista?

Pretender más, señores, pretender más hubiera sido pretender que la víctima besara la mano del verdugo, cuando todavía no se hubiera lavado la sangre que en el sacrificio la cubriera. No era posible más sin indignidad, sin desprestigio, sin humillación, y un partido no se humilla jamás, no deja de ser partido, porque los partidos no desaparecen nunca; para eso era menester que desapareciesen las ideas, que desapareciese la sociedad. Discúlpese en buen hora lo que disculpa necesite; discúlpense como quieran y como puedan, pero sin insultar a un partido tan resignado en la desgracia, tan prudente en la esperanza, tan grande, tan digno, tan noble siempre; pero sin mancillar una bandera ahora en la desgracia, a cuya sombra en tiempos prósperos vivieran y crecieran, pero sin añadir a la injusticia la ingratitud. (El señor Giner: Pido la palabra en pro.)

Voy a ocuparme ya de la segunda época política del Gobierno, de la segunda grande oscilación del Gobierno. ¿Y qué vemos en esta segunda época? No vemos más que la negación absoluta de todo lo que el Gobierno había prometido en la primera. En la primera época nos da un decreto que empieza por ofrecer unas listas electorales verdad, y en la segunda época política nos da unas listas electorales mentira. Yo, señores, estoy tratando esta cuestión a grandes rasgos, y no me detendré a demostrar que son mentira, una vez que aquí se ha demostrado ya perfectamente.

En la primera época política nos ofrece unas elecciones libres y legales; en la segunda época política, en el acto más solemne de los pueblos libres, nos da prisiones, destierros, arbitrariedades, destituciones de Ayuntamientos, presidentes de mesas electorales que ni a los Ayuntamientos correspondían; todas las coacciones, en fin, hasta ahora conocidas y algunas hasta ahora ignoradas; y lo que es más, proclama desde lo alto de la Presidencia del Consejo de Ministros la legitimidad de la influencia que por antonomasia se llama moral, y que yo llamaré aquí muy alto influencia inmoral. Y lo que es más, recomienda a los gobernadores los candidatos que no hayan tenido nunca ideas políticas; no parece sino que el Gobierno quiere no haya ideas políticas ni en los candidatos ni en los electores, para de este modo gobernar sin que nadie le incomode: esa es la base de su pensamiento político; que no haya ideas políticas y que las deje el que las tenga, inventando así el Gobierno para las elecciones una moral nueva, la moral del interés; la moral del interés, señores, base del sistema político del Gabinete, la más perturbadora de todas las bases conocidas, la que más ha corrompido a todos los partidos. Porque, señores, no es la violencia que hace desaparecer la inmoralidad de los pueblos la que hace desaparecer los pueblos con la inmoralidad; lo que mata la moralidad de los pueblos no es la violencia, es la seducción, y esa es la base del sistema político. Seguid diciendo a los pueblos que no tengan ideas políticas, que no se sacrifiquen por ellas, que no tengan ideas entusiasmo; continuad aconsejándoles que no nos ayuden, que no nos presten auxilio, si así conviene a sus intereses; y vuestra obra será cumplida, y llegará el instante del peligro, y cada cual, como decía un célebre publicista, cerrará su puerta, se asomará a la ventana, y verá pasar tranquilo a la abandonada y fugitiva Monarquía.

En la primera época ofrece libertad para la prensa, y en la segunda ha sido perseguida y vejada como no se ha visto nunca desde el Estatuto Real acá. Jamás se han visto tantas recogidas, jamás se han conocido tan repugnantes denuncias; y digo repugnantes, porque no encuentro una palabra más fuerte, aunque sería más exacta. En el proyecto de ley de imprenta que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros llamó draconiano, no hay para el escritor más que una sola tabla de salvación, un solo puerto de arribada, un solo derecho; derecho triste, pero derecho al fin. Pues el Gobierno ha hallado medio de hacer ilusorio hasta ese derecho. Hay un artículo en esa ley que concede al escritor el derecho de elegir entre la recogida y la denuncia. Modo de quitar ese derecho: no recoger y denunciar, siendo así que con la recogida se conseguía mejor el derecho de reprimir lo que se llama abuso de imprenta, puesto que una vez recogido el periódico, nadie podía leer aquello que el Gobierno quería que no se leyese. Ahora, sin embargo, se cree preferible dejar correr el periódico y denunciarle después. Y yo pregunto: si admitís que los impresos sean considerados como géneros presentados a la aduana y marcados con un plomo, ¿por qué se viene después d decomisarlos? Entonces ¿a qué la aduana? Entonces ¿a qué el fiscal?

A la prensa, no solo se la ha perseguido, sino que se la ha martirizado; y lo que es más, el Gabinete se ha gozado en su martirio. Sabiendo el Gobierno, ¡y cómo no lo ha de saber! que apenas hay por este proyecto de ley nada que no sea penable, no recogía, circulaba el periódico, el escritor quedaba tranquilo, y venía después la denuncia; tras la denuncia, el fallo; tras el fallo, la pena.

Proclama en fin el Gabinete la Constitución reformada como legalidad existente bajo el pretexto de que vale mis cumplir fielmente una Constitución, aunque no sea buena, que modificarla, y en vez de cumplirla fielmente, convierte en letra muerta una parte de la misma. Un Ministerio que se llama constitucional, un Ministerio que acepta en todas sus partes y con sus novísimas modificaciones el Código fundamental de 1.845, está obligado a cumplir y a hacer cumplir lo que este mismo Código establece; si no lo hace así, salta por encima de la ley, y sienta un precedente funestísimo: el de que los Gobiernos puedan tomar la parte de Constitución que les convenga, y convertir en letra muerta la que no se conforme con sus intereses. ¿Y es así cómo se respetan los derechos de las Cortes? ¿Es así como se satisface el sentimiento liberal, justamente indignado? No. El Poder ejecutivo que sin autorización para ello, sin más que su omnímoda voluntad, falta así al cumplimiento de las leyes, es un Poder dictatorial; es un Poder arbitrario que no tiene más ley que su capricho ni más Constitución que su voluntad.

Pero hay más: el Sr. Presidente del Consejo de Ministros nos decía el otro día:"Yo he decretado el Acta adicional a la Constitución de 1845, porque estaba persuadido de que con ese Código no se puede gobernar parlamentariamente." Si pues S.S. quiere gobernar parlamentariamente, y con la Constitución de 1.845 está persuadido de que no lo puede conseguir. ¿por qué acepta el gobierno con esa Constitución? [521] Cuando un hombre político entra en el Gobierno, es claro que lo hace para llevar allí sus principios, para desarrollar su pensamiento, y si no puede hacerlo por las condiciones que se le imponen, no lo acepta. Tenemos pues un Gobierno, que tras mentidas promesas de legalidad y pureza constitucional, viola hoy la Constitución que proclamó ayer, como violará mañana las leyes elaboradas hoy, resultando de aquí un completo desorden en la administración, y en la política el desprestigio de todo lo que debía ser respetado, y el triunfo de la inmoralidad política sobre todo lo noble, sobre todo lo digno, sobre todo lo grande. En efecto: ¿con qué respeto han de mirar los pueblos las instituciones que rigen sus destinos, si los encargados de mirar por ellas son los primeros a deprimirlas y rebajarlas? Así, señores, la injusticia y la iniquidad dominan los destinos de nuestra Patria; así ni rige ni se aplica la ley; así se hacen ilusorios hasta los fallos de los tribunales cuando recaen en los favoritos o apologistas del Poder, con lo cual se crea un malestar que nos abruma, una duda que nos devora, una atmósfera que nos ahoga y que hace a unos temer y a otros desear con la tranquilidad del justo el pronto aunque misterioso resultado del porvenir. El Gabinete pues no da un paso en su camino sin dar otro en el camino opuesto. Con el acuerdo de la rectificación de las listas electorales querrá decir a los progresistas: no soy moderado; con la rectificación de las listas a lo moderado, dice a los moderados: no soy progresista; acepta la Constitución reformada de 1.845, para halagar a los moderados, y dice después que la acepta a disgusto, y que no llevará adelante la reforma, para halagar a los progresistas; pone en ejecución la mitad de la desamortización para contentar a unos, y deja de poner la otra mitad para contentar a otros, y unos y otros ex-progresistas y ex-moderados vienen siendo visible juguete de quien no tiene otro sistema que contradecir con los actos de hoy los actos de ayer, para contradecir con los actos de mañana los actos de hoy.

El Gobierno pues es y no es al mismo tiempo: quiere desamortizar, y no desamortiza más que a medias; quiere la Constitución reformada, y no quiere la reforma; quiere una ley de imprenta muy liberal, y aplica reaccionariamente la ley más reaccionaria de cuantas se han visto hasta ahora; quiere Jurado, y no deja funcionar a los jueces. Esta es su política: ser y no ser, querer y no querer. Pero ¿hay algo que deba causar extrañeza? La política del Gabinete ¿es casual, es ocasionada, es del momento? ¿No es una consecuencia lógica, o es la consecuencia natural de la política que ha seguido siempre el que le preside? Porque si su política fuera ocasional, si fuera accidental, todavía podíamos esperar que con este mismo Gabinete podríamos conseguir una política clara, determinada, concreta; pero siendo la consecuencia natural de la política que ha seguido siempre el señor Presidente del Consejo de Ministros, no podemos esperar que la política del Ministerio deje de ser lo que ha sido hasta ahora; es decir, la negación de toda política, y por consiguiente, de todo Gobierno. La política pues del Gabinete no es otra cosa que un reflejo de la política general del Presidente del Consejo de Ministros; no es más que el daguerreotipo de las grandes oscilaciones políticas del Presidente del Consejo de Ministros. Y esto es consiguiente y natural, y esto es lógico, porque la política del Gobierno es y seguirá siendo oscilatoria, es y seguirá siendo una política de negaciones.

Pues bien, señores: si el reflejo de la política del Presidente es el que se ve en la del Ministerio, examinemos esa política con el objeto de clasificarla. Aparece esta política bajo una forma en Pamplona, viene bajo otra en Vicálvaro, se presenta con otra distinta en Manzanares, resulta bajo otra diversa cuando entra en Madrid en 1856, y hoy por último reaparece con otra diferente. Una vez llama, y halaga al pueblo vencedor; otra insulta y ametralla a la Milicia Nacional vencida; una vez defiende los actos de las Cortes Constituyentes y declara su indisolubilidad, y otra las destruye con la metralla y las disuelve a cañonazos.

Señores, una política que toma tantas formas como son diversas las circunstancias porque ha pasado su protagonista, que a semejanza de los dioses de Homero, que en cuatro saltos llegaban al fin del mundo, ha querido también en cuatro saltos llegar al fin del mundo político; esa política, digo, que todo lo invade, que todo lo atropella, desde la prerrogativa Real hasta la del Parlamento, desde el Trono hasta el pueblo; esa política, en fin, es una política aventurera, y el partido que la siga un partido aventurero. No teníais un nombre para ese partido: aquí le tenéis; yo os lo entrego.

La política pues del Gabinete es la más odiosa y la más repugnante de cuantas hemos conocido hasta ahora; porque a todos los vicios de la política de los Ministerios moderados, reúne la hipocresía y la seducción; porque en el corto tiempo que lleva de existencia, ha hecho más daño a la causa constitucional que todos los Ministerios moderados juntos, por más que los hayamos tenido enteramente contrarios al sistema verdaderamente constitucional; porque, en fin, en su desatentada ambición de mando, miente peligros e imagina un porvenir tenebroso, para implorar del Trono misericordia, y ofender al Trono después que a los partidos.

Por eso la combate el partido progresista; por eso la combatimos nosotros; por eso caerá de la cumbre del poder despreciada y escarnecida de todos.

Ya os he trazado la conducta política del Gobierno; ya os he demostrado a grandes rasgos cuál fue u pasado, cuál es su presente, cual será su porvenir. Si después de todo el Gabinete merece vuestra confianza, otorgádsela. He concluido.



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